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A la mañana siguiente decidimos subirnos a otro tren para recorrer los ochenta kilómetros que nos separaban de nuestra meta. Contacté una vez más con mi hermano y nos dijo que él llegaría ese mismo día, así que tendríamos dos o tres días para disfrutar de la ciudad de las luces. Desayunamos tranquilos y después fuimos a la estación de tren a empaquetar de nuevo las trikes y las mochilas. Después de la experiencia de Saint-Quentin y sus trenes teníamos que hacerlo bien. Susana se sentía muy feliz, se le notaba en la cara. El cansancio de días pasados desapareció de su espíritu al saber de su inminente llegada a la ciudad deseada. Subimos al tren. El viaje fue corto y rápido, sin complicaciones. Llegamos. Preparamos de nuevo las trikes y nos adentramos en la gran urbe. París es la ciudad más bonita que hemos visto y así se dejó sentir tan pronto como la pisamos. Tuvimos una sensación totalmente diferente al estar allí. Había algo de mágico al pasear con las trikes