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CAPÍTULO 7: NO DAMOS ARRANCADO


Empezamos a dejar atrás los infortunios de días pasados, cada pedalada que dábamos nos envolvía más en nuestra aventura. Una maravillosa pareja del camping de Poldelflora fue muy amable con nosotros y Amelie, sentimos el calor humano y verdadero de cuando alguien te quiere ayudar y eso nos reconfortó,por contra nosotros devolvimos todo el amor recibido.

Aquella mañana recogimos felices nuestras cosas, nos sacamos una foto con nuestros amables vecinos de camping y nos despedimos, quizás no nos volviéramos a encontrar en el resto de nuestras vidas pero sus amables gestos para con nosotros bien se merecen nuestra dedicatoria.






Se presentaba una maravillosa mañana por delante, con
pocas nubes, probablemente sin lluvia y con unas ganas inmensas de avanzar. Tomamos un frío desayuno que minimizó nuestra hambre; el no tener el camping gas para calentarlos nos estaba haciendo mella aunque aun no habíamos podido conseguir uno. Ese era mi propósito para ese día. Partí con la idea de comer caliente a partir de este día.

Un frío atroz se hizo presente cuando partimos para dejarnos la mente helada. Tomamos mano del Gps otra vez para enlazar de nuevo con nuestra ruta unos kilómetros más adelante. El camino era ahora un inmenso y llano paisaje agrícola por el que parecía que pedaleásemos hacia un horizonte sin fin con campos de cebollas, patatas y verduras a nuestro lado y sin curvas, solo giros de 90 grados para luego otro giro de 90 grados y así para salvar la inmensidad de los campos una y otra vez, felices. En uno de esos preciosos y pequeños pueblos holandeses nos detuvimos por el rico olor a pan que vagaba por sus calles, no nos pudimos resistir, por eso y por el hambre aún insatisfecha. Si hay un recuerdo este es uno, el sabroso olor a pan caliente y mantequilla de por las mañanas en Holanda. Comimos unos deliciosos cruasáns en la fría mañana.























Pasar por los pequeños pueblos holandeses a primeras horas de la mañana nos dejaba contentos de estar donde estábamos, sabiendo que habíamos elegido bien y que nunca sería suficiente ni nos daría tiempo a disfrutar todo lo que se abría a nuestros pies.



La hora de la comida se acercaba y no sabíamos donde nos pararíamos. Miramos en el mapa un pueblo donde seguro nos podríamos abastecer. No dejaba de pensar en el camping gas con el que prepararnos una calentita comida para los tres. Mientras, seguíamos la ruta que teníamos en el GPS, que en un punto cercano al pueblo se separaba para continuar por la carretera, decidimos continuar por la ruta marcada para pasar por el pueblo y evitar los coches. El camino discurría entre setos de preciosos jardines con la usual tranquilidad holandesa. Muy pronto llegamos al pueblo, era pequeño y apenas tenía un par de cruces en donde se encontraban todos los servicios, banco, tienda de bicis, bares, iglesia y lo que buscábamos: un supermercado; se encontraba justo en la esquina. Era más de lo que necesitábamos. Me preguntaba si encontraría el gas.

Algo se estaba cocinando en mi cabeza, preparar esa comida caliente y disfrutar plenamente ya de nuestro viaje, como habíamos planeado. Íbamos a aparcar nuestras trikes enfrente al supermercado pero eran aparcamientos de coches así que nos dirigimos a la iglesia donde había más espacio y se estaba más resguardado del frío viento para que Amelie pudiese jugar un rato. Me dirigía hacia el supermercado cuando a mitad de camino me di cuenta de que me olvidara el dinero. Di media vuelta para coger la cartera, era un estuche de un solo bolsillo de color verde con publicidad, sencillo, donde llevaba el dinero del viaje y el dinero de la facturación de las trikes para la vuelta. Siempre me preocupaba por el dinero, siempre miraba donde lo tenía y a cada instante miraba si lo tenía en el bolsillo, toda precaución era poca. Entré con el hornillo en la mano con la idea de preguntar donde conseguir el gas. Primero empecé a elegir las posibles comidas que variaban entre la pastas y las sopas, aunque ahora no recuerdo bien, eran galletas para Amelie, mermelada para el desayuno, pan y otras cosas. Luego pregunté a una dependienta si tenían gas. Me dijo que que allí no tenían pero que a escasos kilómetros de allí podría conseguir. Al menos la posibilidad de comer caliente se acercaba así que me dirigí a la caja para pagar la compra y pensar en ir al otro lugar, comprobé en el bolsillo si llevaba la cartera, como un reflejo de preocupación de cuando vas a pagar y saber si tienes el dinero, la toqué y me puse a la cola. Bien, ya teníamos comida, eché mano al bolsillo y me dispuse a pagar, un bolsillo, otro, ahora no la encuentro, la primera sensación: incredulidad, es error mío seguro, no la encuentro porque no estoy buscando bien, seguro que es eso, me digo. Pero si hace un rato la tenía, ¿qué está pasando? Busco y busco bien, por si acaso con más detenimiento mientras la cajera sigue esperando, no puede ser, la cartera tiene que estar aquí,... sorpresa: la cartera no está, ahora si que no me lo puedo creer, mi primera reacción es dar vueltas por el supermercado por si se me ha caído y mirar a todo el mundo buscando una mirada de ayuda, alguien que me pudiera decir que allí estaba lo que buscaba, pero nada, nadie me puede ayudar. Rebusco en los sitios donde había cogido algo. En un momento me pongo muy nervioso y no paro de dar vueltas de la caja al interior del pequeño supermercado. La fatalidad se estaba consumando. Pido a la cajera que me ayude, se presenta otra trabajadora que debía ser la jefa y le pido que mire las cámaras de seguridad, me hace caso y en cinco minutos se presenta diciéndome que no ha visto nada, que no ha visto nada raro. Intuyo que no quiere problemas, por un lado la entiendo pero yo quiero recuperar la cartera. Mientras Amelie y Su me ven por la ventana del supermercado y les explico con gestos lo que estaba pasando, creo que me entienden. Las miro y se me empieza a caer el mundo encima.

Tengo que dejar la compra. Ante mi preocupación viene un chico y le pido que si puede volver a ver las cámaras de seguridad. El chico al menos se preocupa algo más y está al menos media hora con las cámaras y llama a la policía. Cuando llega la policía le doy los datos y le explico lo ocurrido. No parecen tener mucha intención de ayudarnos o es porque realmente no pueden. Nos desean un buen día en Holanda y se van. Mientras vuelve el chico, me da una hoja impresa en la que aparezco justo en el momento en el que entro en el supermercado y en el que parece que llevo algo en la mano pero no hay rastro de la cartera.

Nos quedamos sin comida, la desesperación se apodera de nosotros y lloramos. Mis niñas...y yo.


Por el último amanecer...

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