Aquella mañana, a pesar de todo lo acaecido,
seguimos pedaleamos con tranquilidad dejándonos llevar por el bonito
paisaje. Era una hermosa zona de típicas casas holandesas e inmensos campos
verdes. Nos olvidábamos del problema excepto cuando reaparecía como un gran
dolor de cabeza. Tratando de olvidarlo el camino hizo el resto. Hacer
camino es como meditar, es como el arte de la contemplación, y en Holanda te
pasa mucho eso: no dejas de contemplar. Así que continuamos pedaleando sin
saber hasta cuando. Ya sabíamos que no nos llegaría el dinero para lo que quedaba
de viaje porque nos faltaría comprar los billetes de vuelta, facturar las
trikes y comer y dormir durante más de quince días. Era misión imposible,
pero nosotros seguíamos pedaleando atrapados en nuestra aventura. Sólo
estábamos dejando pasar el tiempo, parecía que no nos atrevíamos a hacer
otra cosa, o por lo menos no lo haríamos hasta que nos quedásemos sin dinero
otra vez. Supongo que lo fuimos olvidando inconscientemente.
Por otro lado Amelie se lo estaba pasando
genial, se encontraba muy a gusto en su remolque y Holanda ofrecía la
posibilidad de parar en cualquier lugar para ver animales o simplemente para
correr y jugar un poco. ¡Y eso a ella le encanta!
Estábamos ya a pocos kilómetros de Rotterdam,
una cuidad que nos llamaba la atención cuando la veíamos en el mapa y que
queríamos descubrir. Paramos a comer a las afueras, en un local en el que desde
su mostrador puedes elegir la comida que quieres y te la preparan en el momento
para llevar o tomar allí. Era como una charcutería con un montón de salchichas
de todos los tamaños.
Comimos bajo la atenta mirada de los dueños
del local, una familia con una niña muy parecida a la nuestra y, después de
recoger nuestras cosas, ya con las barrigas llenas, continuamos nuestro camino.
Amelie siempre aprovechaba para dormir la
siesta al acabar de comer y en esta ocasión no fue la excepción.
A las afueras de Rotterdam teníamos dos posibilidades:
seguir la ruta LF2a Stedenroute, bien señalizada y dando un rodeo con
posibilidad de ver más ciudad o atajar por el centro directamente hasta el
mar. Por seguridad optamos por continuar por la ruta que teníamos marcada sin
saber lo que eso nos consumiría en tiempo.
Rotterdam es una ciudad que en su área metropolitana
cuenta con más de dos millones y medio de habitantes y tiene el puerto más
grande de Europa. Al adentrarnos en ella nos pareció increíble. Era una
cuidad inmensa, con mucho tráfico, tanto de coches como de bicicletas. Los
edificios eran altos y modernos. Avanzamos por una ciudad que parecía no acabarse
más, en la que teníamos que parar continuamente en los semáforos y pasos de
peatones haciendo que el día fuese interminable, y eso que la planificación de
las vías, aceras y carriles para bicicletas era perfecta. Todo estaba
perfectamente sincronizado, como diseñado por ordenador.
A pesar de los pequeños contratiempos el camino
mereció la pena: a un lado veíamos los modernos edificios y al otro, y
paralelo a nuestra ruta, el inmenso puerto con un tráfico marítimo intenso.
Después de pedalear casi toda la tarde
vimos, al fin, el puente que nos alejaría de Rotterdam y deseamos que ése
fuera, pues nos habíamos hecho ilusiones con otros tras recorrer parte del
río por toda la orilla. Pero ése era. Fue una experiencia subir una cuesta en
Holanda y al mismo tiempo gratificante hacerlo detrás de una reclinada de
dos ruedas.
Nuestro objetivo era Dordretch, una ciudad
más pequeña y acogedora con el inconveniente de que no tenía camping. Antes
aún debíamos tomar un barco al que por suerte llegamos a tiempo, aunque hubiera
sido mejor coger el de vuelta a Rotterdam. No dejaba de pensar cómo haríamos
para resolver nuestro problema económico.
El momento de espera por el barco fue muy
divertido con nuestra pequeña jugando y cantando la canción infantil «Este puente
va a caer». Estábamos contentos de verla tan feliz. Estaba aprendiendo
mucho y a su corta edad.
El viaje en barco nos permitió relajarnos
de la presión de la noche anterior. Esta vez teníamos más tiempo para encontrar
un lugar donde dormir.
Nos quedamos muy sorprendidos al ver lo común
que era que la gente cogiera el barco montada en su bicicleta. Aquí, con los
canales que hay, es muy sencillo desplazarse en barco y luego continuar en
bicicleta, además de ser una manera muy económica de hacerlo.
Estábamos tan emocionados que tuvimos que
pedirle a alguien que nos sacara una foto para recordar el momento. Se lo
pedimos a una señora sin saber que la mujer no entendía la cámara por mucho que
se lo explicáramos, pero al final lo conseguimos.
Avanzamos por aquel canal cruzándonos con
enormes barcazas cargadas de mercancías hasta los topes mientras disfrutábamos
del paseo. Ahora nos tocaba llegar a Dordretch y encontrar un lugar donde
dormir.
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