Nuestro siguiente destino era Antwerpen. Habíamos leído sobre esta ciudad en los folletos y sabíamos que ofrecían un buen albergue para cicloviajeros como nosotros. Al llegar, la ciudad no nos decepcionó, nos enamoramos de sus canales al tiempo que nos dejamos impresionar por su iglesia que, con una única torre, apuntaba desafiante al cielo de Antwerpen. El sol de la tarde iluminaba las empedradas calles que estaban engalanadas para celebrar su día de fiesta. Todo estaba decorado con flores de vivos colores, lleno de gente, de músicos y niños jugando. Paseamos felices montados en nuestras reclinadas mientras nos dirigíamos al albergue. Éste fue más fácil de encontrar. El lugar se llamaba «De Nekker». Me dirigí a recepción como de costumbre para hacer el registro mientras Susana y Amelie jugaban fuera. No paraban de llegar niños que iban a entrenar fútbol, tenis y otros deportes. Era, en realidad, un complejo deportivo en el que se notaba un ambiente relajado...
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