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CAPÍTULO 1: DE CÓMO EMPEZÓ TODO



Compramos la primera trike a principios del año 2010. Habían sido dos largos años aho­rrando y llegó el momento de disfrutarla. Lo de la tri­ke era una pasión personal por un medio de trans­por­te que había descubierto de casualidad bus­cando en in­ternet. Las bicicletas reclinadas son ide­a­les para via­jar, sobre todo largos recorridos. Su posi­ción te per­mite descansar la espalda sin que a ésta se le in­frinja ningún daño, el trasero no duele después de largas jornadas pedaleando y los brazos van per­fec­tamente des­­­cansados en el manillar en el que apenas hay que hacer es­fuerzo. Si tuviera que desta­car una desven­taja diría que una menor velocidad en los as­censos unido una diferente aplicación de la fuer­za hacen que las subidas cuesten un poco más, aunque hay estudios que indican que las diferencias son mínimas. De todos modos esta desventaja, que se puede suplir con una buena adaptación de la musculatura, se ve com­pen­sada en llano por la aerodinámica y en los descensos por el dis­frute que supone.
La primera vez que me subí en ella fue una sensación única,­ primero por la gente que al verme pasar en aquello se daba la vuelta sorprendida entonando alguna exclamación, aunque para esto sean siempre mejores los niños: «—¿Qué es eso ma­má?» «—¡Yo quiero una de esas!» «—¿Qué le pasa a ese chico?» Y después por el placer de disfrutar de su conducción.
El primer año la usé para ir a trabajar y hacer algún que otro recorrido. Lo que más me gustaba era subir una colina o un monte y hacer el descenso a toda velocidad. Es una experiencia muy sa­tisfac­to­ria, os lo puedo asegurar. Con el paso de los días Su­sana la probó y empezó a darse cuenta de las bue­nas sen­saciones que produce con­ducir uno de estos vehí­culos. Así que, poco a poco, y cada vez con más fre­cuencia empezó a desear una. De nues­tras peque­ñas incur­siones por lo montes gallegos nació la pasión de viajar a golpe de pedal. Era una vía de escape y nuestra comunión con el mundo. Surgió entonces la idea de viajar en trikes y con Lu­cía. A ella, cuando apenas había cumplido nueve me­ses, le com­pramos el remolque para bici­cletas y a partir de entonces  em­pe­zaron a crecer nuestras aven­turas de ci­clo­via­jeros en familia. Eso, com­bi­na­do con nues­tro entu­siasmo por descu­brir el mundo, sólo po­día llevarnos cada vez un poco más lejos.
Cumplido el primer año de Lucía empezamos a planificar el viaje. Estaba claro que necesitaríamos comprar otra trike y comprarla suponía ahorrar y trabajar mucho. Por suerte Susana encontró trabajo y yo seguí con el mío. No fue fácil. Mientras, la pe­queña Amelie (Lucía) seguía creciendo, corriendo y riendo.
Pero, ¿a dónde ir? En aquel momento no pen­sá­bamos en grandes hitos, pues cualquier cosa que hicié­semos se iba a salir de lo acostumbrado. De lo que nos dimos cuenta es de que, cuando empiezas a planificar un viaje, no resulta nada fácil tomar estas decisiones, pero es que ante nosotros se presentaba un mundo entero por des­cu­brir. ­La lógica nos decía que recurriéramos a lo más cer­cano y seguro para noso­tros: el Camino de Santiago. Además, en varias ocasiones le había comentado­ a Susana hacerlo des­de Roncesvalles y aho­ra que ha­blába­mos del te­ma se presentaba esa posibilidad, aunque pronto em­pe­za­mos a soñar con partir desde lugares más dis­tantes. Como éste parte de diferentes puntos por todo Eu­ro­pa investigando un poco descubrimos que había al­bergues de pere­gri­nos en Ho­lan­da. Era el que po­dría ser el primer al­bergue de todo el Camino y sonaba in­teresante.
En principio nos emocionaba la idea de ir a un país como Holanda, pero no estábamos se­guros de lle­varlo a cabo. Nosotros ya habíamos hecho al­gún que otro viaje con Amelie, en el mismo Camino de San­tiago y en pequeñas rutas locales y conocíamos las dificultades que conllevaba pedalear con la ca­sa a cuestas y con una niña tan pequeña. Tan sólo pen­sar en transportar las trikes a un lugar lejano con todo el trabajo y preparación que eso re­quería nos hacía plan­teárnoslo seriamente, sin embargo, se­gún iban pasando los días, nuestro entusiasmo por vivir la experiencia crecía sin parar. Una fuerza interior nos empujaba a esta aventura.
Pusimos sobre la balanza nuestras motivaciones. Susana anhelaba regresar a Bruse­las y Áms­ter­dam; había ido, tiempo atrás, a un viaje de fin de curso recorriendo varias de las ciudades más im­por­tantes de Holanda y Bélgica y la expe­rien­cia, aunque corta, la había dejado con buenas sen­­sa­cio­nes y por otro lado, siendo países con una cultura de la bic­i­cle­ta muy desarrollada sería un factor a tener en cuenta  si queríamos ir con Amelie (al menos para ini­ciarnos con una niña de veinte me­ses). Muchos miedos y du­das nos ase­dia­ban, pero lo que parecía estar bastante claro era que queríamos hacerlo.
Cuando ya casi estaba decidido lo demás iba encajando como las piezas de un puzle. Descu­brimos una ruta que unía Ámsterdam y Bru­selas; unos 350 kilómetros de carril para bici­cletas con lo que la pri­mera parte del viaje quedaba aclarada. La ruta se llama LF2a Stedenroute y a priori no parecía compli­cada seguirla, así que en los siguientes días a estos descubrimientos, nos afa­na­mos en recopilar toda la información que pudi­mos: rutas GPS que conse­gui­mos en la página de Wi­kiloc, archi­vos kml para vi­sualizar en Google Earth y cual­quier dato que nos pudiera servir. Rastreamos la red para conseguir cualquier información y asegurarnos bien. Una de mis mayores preocupaciones durante aquellos días era que la ruta no estu­viera bien seña­lizada y por eso me in­formé tanto. Resultó ser un mie­do in­fun­dado que pude contrastar durante el vi­aje. Para mi, en esos momentos, tenerlo todo con­tro­lado era mi mayor obsesión. Ahora, sin embargo, me doy cuenta de que no es tan importante preocuparse por esto, sólo lo necesario.
Una vez aclarada la primera parte del re­co­rrido bus­­camos información para el tramo que nos debía llevar de Bruselas hasta París. Mientras que en  Holanda y Bélgica había una extensa red de vías ciclistas en Francia no era tan notoria su presencia, aunque al final conseguimos enlazar las dos ciu­da­des gracias a la ruta realizada por unos espa­ñoles y su­bi­da a la mencionada página de Wikiloc. También estudiamos la posibilidad de seguir el trazado ori­gi­nal del Camino de Santiago, pero co­mo descono­cí­a­mos si estaba bien señalizado nos de­can­tamos por seguir una ruta que, al menos, alguien había hecho antes. Por otro lado hay que añadir que Holanda y Bélgica parecían un paseo con sus interminables lla­nu­ras, mientras que Francia presentaba un perfil más cambiante. A esto, se le sumaba el hecho de que  la ruta transcurría por carreteras secundarias y por las que apenas había tráfico, sin embargo, lo que más nos preocu­pa­ba eran los coches y la posibi­lidad de algún peligro.
Supusimos que seríamos los primeros en ha­cer el recorrido en trike y con un bebé.
Cuando ya habíamos decidido nuestro des­ti­no com­pramos los billetes del vuelo a Ámsterdam. Co­rría el mes de Abril de 2011 y nosotros viajaríamos en Sep­tiembre. Nos salie­ron bastante económicos te­niendo en cuenta todo lo que íbamos a llevar. Con los billetes en nuestro poder la aventura se mate­rializó. Todo empezó a no tener marcha atrás y fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que lo íbamos a hacer iba en serio.
Había que abastecerse de algún material, así que preparamos todo para ir bien pertrechados ante las posibles eventualidades que pudieran surgir. Esto se hizo po­co a poco y mientras pasaban los días. In­cluso di­señamos un sistema con plásticos y las va­ri­llas de la tienda de campaña que acoplados a las tri­kes nos protegerían de la lluvia. No nos cubriría la cabeza pero, al menos, nos protegería totalmente el cuerpo sin tener que llevar imper­meables. El invento estaba currado. Ame­­lie, en cambio, iba perfecta­men­te pro­tegida del viento y de la lluvia en su re­mol­que,.
Hicimos una recopilación de todo el material que pensábamos llevar y éste fue el que nos pareció más recomendable para nues­tra aventura:

ROPA SUSANA:
- Malla ciclista larga
- Pantalón para vestir
- Sudadera de vestir
- Forro polar
- Camisetas: dos transpirables y una de vestir
- Ropa interior y calcetines: 3 piezas de cada
- Dos pares de tenis de deporte
- Chubasquero
- Chanclas

ROPA LUCÍA:
- Un forro polar
- Vestido de verano
- Tres pantalones de chándal
- Dos camisetas de manga corta y tres  de manga larga
- Tres sudaderas normales
- Un chubasquero con forro polar por dentro
- Dos pares de tenis
- Bodies y calcetines
- Chanclas

ROPA ÓSCAR:
- Malla ciclista larga
- Chubasquero
- Forro polar
- Dos camisetas transpirables
- Una sudadera
- Un par de tenis
- Un vaquero
- Una camiseta de vestir
- Ropa interior: tres piezas
- Pantalón transpirable desmontable

PARA EL ASEO/BAÑO:
- Pañales
- Jabón de bebé
- Peine y pinzas, gomas y diademas.
- Cepillos de dientes
- Toalla Decathlón y toalla para Amelie
- Toallitas de bebé

PARA COCINAR
- Hornillo
- Plato para Amelie
- Cubiertos
- Kit de cocina y dos platos
- Biberón

RECAMBIOS Y MECÁNICA:
- Tres recambios de neumáticos
- Cinta americana
- Cinta aislante
- Linterna y frontal
- Pulpos
- Un paquete de pilas
- Cintas reflectantes
- Kit  para pinchazos
- Una cubierta de recambio
- Herramientas
- Bombín

BOTIQUÍN:
- Gasas
- Paracetamol
- Betadine
- Manta térmica
- Esparadrapo

OTROS:
- Una mochila de mano
- Una mochila de senderismo grande
- Alforjas
- Tienda de campaña
- Tres sacos de dormir
- Dos libros sobre Ámsterdam
- Una muñeca
- Gafas de sol
- Plásticos para la lluvia
- Cámara de fotos
- Cámara de vídeo
- Dos teléfonos móviles
- Cargadores para las cámaras y teléfonos.
- Mantel plastificado
- Un par de chupetes

DOCUMENTACIÓN:
- DNI de los tres
- Libro de familia
- Tarjetas sanitarias europeas
- Carnés de conducir


















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